jueves, 8 de agosto de 2013

Marta Núñez Corregidor


En los congresos de ochentología, se podría hablar de los altos y bajos ochenta, de un primer lustro más oscuro y sudoroso, de un segundo más estilizado y floreciente.
En el ecuador de los ochenta, aparece El Último de la fila, que crearía música sólo diez justos años, hasta 1995. Son el globo sonda ochentero que aterriza en los noventa. Otro, Bruce Frederick Joseph Springsteen, es el cometa que ha atravesado las décadas sin apagarse. Ese sonido entusiasta, espasmódico, creyente, lamido de rock, son los ochenta puros destilados en música. Esa atmósfera de rockola, de I'm going down, ingenuidad paseante y florida, alma trompetera y enérgica, significan todo aquel derroche de ganas que fueron los ochenta.

Y uno se adscribe a una década en diferido, por evocación tardía. Los niños viven convulsionados sus tiempos, habitan algo con forma de década hasta gastarla, sólo cuando salen y la nostalgia opera su crianza, empiezan a cantarla y añorarla languidamente. Los críos de los ochenta vivimos repudiando a los Mecano y El Último de la fila que tenían enganchados a nuestros hermanos mayores, porque suponían interferencias reiteradas en nuestra atmósfera infantil. El mundo adulto y adolescente eran extraterrestres para nosotros, el segundo de una luna menor más cercana. Aparte de que Ana Torroja y Manolo García se entrometían constantemente en el radiocassete y la tele, a nuestra jefatura tirana no le gustaba nada ver como esos niños hechos y derechos se fundían en comunión y devoción con un grupo de pop. Ver a tus hermanos algo gruppies como reflejo de tu futuro, al niño todopoderoso y catapulta no le hacía nada de gracia. Como cuando se ve beber a un padre y se observa con detalle la tontuna de una taja, en ese momento tu cabeza toma una foto para siempre.

Un niño a veces asume el tránsito a la adultez como un proceso futuro, lejano, pero automático. Qué se va a imaginar el niño la travesía de diez-quince años que supone la adolescencia, ese período tan oblongo, imperfecto, indefinido y largo que precede a hacerse adulto.
Luego nos hicimos más conversos que nadie con Mecano y El Último de la fila, dos grupos prematuramente muertos, tal que los ídolos. Mecano copó la baja adolescencia, y El Último la alta, que no se acaba nunca. Pocas cosas harían más ilusión a varias generaciones adultas hoy en día, que un regreso efímero de El Último de la Fila. Escasas veces la historia de la música toma un desvío, recorre una circunvalación, y transporta a millones de personas al reino de la literatura por una carretera pop. Me pregunto si esta masiva peregrinación artística, que las flautas de Quimi y Manolo García Pérez provocaron, se pudiesen producir en una década sin tanto Candor como los años ochenta.

1 comentario:

NaoBerlin dijo...

Me siento identificado con todo la verdad. Aunque bueno, yo todavía cogí desde Astronomía Razonable a la Rebelión de los Hombres Ranas un gusto confeso por ellos. Yo crecía aborreciendo y odiando el Euro-Disco mientras estaba de moda entre la gente de mi generación y añorando estas cosas... En fin.