jueves, 19 de septiembre de 2013

Verano impedido


Como un instrumento sin afinar no salen las notas líricas del clima. La creatividad está gomosa para la escritura. No me encuentro verdades por los suelos. Hay unas condiciones de vida para la lírica y existe un ecosistema del escritor, unos hábitos que crean una atmósfera, más que al revés, pues las estancias idílicas que propugnan un escritor poseído son contadas. Casi hago un post sobre las sensaciones revividas al pisar, un vestuario de gimnasio unos cuantos eones después. Hay una forma más bruta, y abrumadora, de ser escritor. No por cepas horarias. Sino por raza. Obstinada, ubicua y permanentemente.

Las influencias a las que nos exponemos, tardan en filtrársenos. Pero siempre acaban modificándonos. Cuando ya nos hemos olvidado de ellas, brotan sus efectos como un refrán infalible. Es el lapso de la escultura cerebral, que necesita secarse y digerirse. Todo entreno, te cambia la vida, más acá de la fe.
El trombo de la escritura este verano tiene que ver mucho con la última asignatura antes de licenciarme, una nube plomiza y estúpida. La secuela de mi vida universitaria, doce años después, es igual de descorazonadora que la primera parte de la película. Existe esa Facultad de Psicología porque en este mundo tiene que haber de todo. Es una gran factoría de parados en serie, segadora de vocaciones aparte. Pero un país moderno debe tener facultades de todo pese a que sean de mala calidad, y eso significa tener un paraninfo de chupócteros instructores bien colocado. Luego sí, Pepito Martínez ha publicado seis artículos en revistas de la panda, y en la cúspide universitaria apenas llega un inspector de educación y su sherpa a revisar algo. Nuestros políticos son chusma claro, pero nuestro profesorado universitario es pata negra, ya. Porque es una casta que esquiva el torrente natural de la crítica, salvo escándalos flagrantes. Me cansan mucho los profesores universitarios que son hoolligans de la ciencia, me fatigan.

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