viernes, 6 de septiembre de 2013

Zarpando el barco septiembre


En verano el tiempo está roto. El resto del año la cadencia de la cotidianiedad está cosida. Paseo notando un paréntesis abierto, nos hemos salido todos de los raíles en los que poco a poco llegamos a alguna parte. El verano es vía muerta en cuanto a aquel hormiguismo ocupacional que profesamos entre fríos. La procesión está aplazada. El tiempo es menos íntimo, está abierto y es más de todos, un tiempo informal, sin formatos. El paisaje se siente menos, uno está como desvinculado, o con las vinculaciones también de vacaciones. [...]

Tres de la tarde de un 2 de septiembre, centro de la ciudad. La fantasmagoría de la sobremesa soleada en la capital, las horas embalsamadas de siesta, la actividad deshilachada y renqueante, aún confundida, con cabeza de trabajador y piernas de turista. 
La capital demasiado benigna aún para trabajar, generosa, estival, plácet de las vacaciones.

Este lavabo que huele a picadura. Trasiego este recinto donde se mercadea castellano, y se quiere y profana el lenguaje a la par. Esta cámara, de bloques y pilares medievales, universidad central, que es un conservatorio, de una estética ambiental pasada, que se contagia sus gentes. Podría ser una reserva del idioma, su parque natural, pero éso se da de forma espontánea e itinerante sin catedráticos que domen el idioma. Un castellano abaldosado, laxo, a la carta del día, apolillado si llega de los palomares de la casa. Aquí unos cuantos taxidermistas abren las tripas a Quevedo y a Lorca.
Veo australianos en bañador que vienen a surfear el castellano. Gentes de Antioquía y el alto Perú que se alistan al viaje de un año a las fuentes primigenias del idioma. Vienen arietes de generaciones con la ilusión del ingreso en la cresta del saber, con el monumental recinto a juego, y no saben que a partir de ahora ya todo será hueco, resonante, y nostálgico.

La rotundidad de los antisistema, en la uni ya parasistemas, su seguridad y vigor paseando por la facultad, y con su violencia alternativa e igual, mediocres en inteligencia, pero ruidosos y ebrios del éxtasis protagonista y misionero. A estas alturas, su vestimenta, corte de pelo, complementos, son un uniforme más que pronto seriará el Bershka. Vienen a liberarnos, y siempre han fracasado.
La rotundidad paralela de los pijos, en sus oropeles. La seguridad y lo arisco de creerse de sangre azul con la expectativa de preservar eternamente un status.
Hippies he visto en Gran Bretaña, leñe, porque tenían setenta años y llevaban cincuenta primaveras de hippies, sin bajarse del autobús, hippies de los sesenta intactos y en conserva. Señoras que inaguraron Carnaby Street y que morirán hippies del tirón sin modas textiles de por medio.
Me bajo del carrusel de bienvenidos a esta sede sesuda del idioma, y con sólo cruzar la calle vuelvo a nuestro siglo veintiuno consumista, espléndido y con una crisis gripazo que no se saca de encima.

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