martes, 29 de octubre de 2013

Funerales mediterráneos


Las primeras luces crepusculares a las seis de la tarde en octubre, provocan una atmósfera de solidaridad. Estamos todos en una misa negra de repente, echados de la fiesta de la luz, amarillentos, en esta tarde vestida de ictericia, magullada a los ojos. Nos han quitado un gran cacho del día, y nuestro paseo hoy es una constatación de este hurto colectivo. Nos sentimos automáticamente más cercanos hoy porque todos hemos perdido una realidad compartida, un solsticio entero, que fue ejecutado ayer con la manecilla de nuestro reloj. Las farolas amarillentas son los puntos más densos y enfermos de toda esta penumbra prematura, y en ellas el tiempo es más grasiento.

[...] Amanece y las nubes ya han sitiado el año. La instalación del otoño tiene aire de funeral. La penumbra nos fabrica pesadumbre. En otoño los sueños ya pesan más, eso es lo que nos pasa. La ligereza del verano y la naturaleza plomiza, teutona, del pensamiento hivernal.
En las tierras del norte la penumbra y el frío son otra cosa, son identidad, un órgano adaptado. Los tropicales son seres sin otoño, la antimateria del invierno, no tienen la melancolía que cristaliza el frío en sus fluidos internos. Así que sólo los temperados del sur, los mediterráneos, californianos, y chinos meridionales, hacemos esas canciones de melancolía y hojas secas crepitando. Aquí cada año se da el funeral del verano, días grises de secuestro, penumbra descolocante, oscuridad prematura. Cada otoño nos vuelve a pillar con los sueños al sol, los planes expansivos, las tardes extrovertidas, y viene el crepúsculo a quitárnoslo todo. Es entonces, cuando nos ponemos a trabajar.

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