viernes, 29 de noviembre de 2013

Warsow


A las siete a.m. estoy en la calle pues a las cuatro de la tarde se echa la noche. El cielo está de bunker, ni un milímetro de concesión al sol. Cojo el metro en Centralna hacia la Stare Miasto, ciudad vieja, voy para Mlociny o Ratusz, dime? Desciendo los cuarenta metros de escalera mecánica estropeada, acompañado de una marabunta laboral adormilada y autómata, como un coro de pasos metálicos que van a levantar Polonia, y una fantasía maquinal aparece en mi cabeza, imaginando que toda esta
mansedumbre coordinada marcando el paso continuo, está teledirigida por un nazismo o un comunismo déspota.

Visito una capital con ecos del exterminio nazi, que por una parte destruyó todo su vientre antiguo, y junto a los edificios rebentaron también las personitas que los habitaban; y por la otra arrasaron el barrio judío hasta llevarse las piedras de las casas derruidas, desertificado, desratizado para ellos, y luego enmurallaron ese amplio barrio del centro de la ciudad, para torturar dentro a cientos de miles de judíos, en esa maldad barroca, carnicera y cumbre, llamada holocausto.
Visito la misma ciudad que se curó un holocausto con una dictadura stalinista de cuatro décadas, sometida a un comunismo idiota y tirano. Varsovia viene a ser un lugar sacro o una capital mártir.

La ciudad vieja que ahora paseo fue reconstruida al igual que la ciudad nueva - también antigua-, piedra a piedra. El hiato de los años y las bombas se nota en la vida que se desarrolla en ellas. Está desalmada pronto por la mañana y seguirá desanimada esta tarde cuando vuelva. No parece una capital turística, y algo de artificiosidad ha quedado en el aire de estas calles rehechas a coraje. El centro de la ciudad moderna, ya capitalista de vocación, es manhattaniano y a la última más que muchas capitales europeas. Rascacielos de diseño, desfiladeros y cañones urbanos entre ellos, surcados a la vez por tranvías comunistas que se han quedado a la fiesta, con sus colores bastos y sus luces tenues.

Cae un chirimiri toda la mañana, lo hace por vicio. Paso parques con arboledas de un marrón oscuro subido, infartadas de frío, como una necrosación vegetal en medio de la ciudad. Me arranco menos a escribir porque se interpone la mampara del frío, que gelifica y vuelve inerte exteriores e interiores. El aire helado obliga a tomarse treguas entrando a comercios y galerías. Con este frío te agatunas, te ensabanas en el hotel, ronroneas, emites sonidos alentadores de repente sacudiendo el frío. Descubriré tarde que los locales medran en centros comerciales como madrigueras de ocio equipadas para la vida hivernal. 
El guiri aquí, es ese mono abrigado a lo muñeco Michelin, con un gorro que pretende tapar la cabeza hasta el coxis y más allá. La gente me mira, no por mi belleza paquirrinesca. Los locales contemplan esa pinta de pseudocaribeño perdido en medio de la nieve.

El día siguiente será más benigno y aparecerá unos minutos el sol. Han sido dos días en esta tierra de catedrales blancas y piadosas como la nieve, de porteros automáticos por doquier, de árboles empatados de frío hacia el cielo, la tierra de las princesas civiles y comunes, jambas, estilizadas, coletaris, con botas y medias de veinte tipos, un país donde se da, sin más, un pibonismo callejero indiscriminado.

Fotos en: http://www.flickr.com/photos/jordiny/sets/72157638377597294/

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