lunes, 20 de enero de 2014

Amaneceres o amanecieses


El amanecer trae un cielo blanco, y los árboles casi negros necrosados sobre él, en una prehistoria cromática de contagio depresivo. Luego todo el firmamento cobra el azul a media mañana, y es cuando me cuestiono si la evolución ha permitido filtrarse al arte, si la consecución de un mundo bello contribuye a la supervivencia por sus efectos balsámicos y calmantes para la psique. 

Aún no se ha pagado el azul, y yo tomo esa obra desordenada y bíblica, que es Mortal y Rosa, la cual ingiero a sorbos estacionales, pese a que sus cubiertas no sean incandescentes, ni se vuelvan fluorescentes, ni leviten, aún siendo un colmo salvaje de la lucidez humana. Intento recuperar tracción, en esta época mía de meteorito desorbitado de la literatura diaria.

[...]

El brócoli ahogándose escaldado en la olla. La niña costipada viendo Los ángeles de Charlie a todo trapo desde la cama. Los santos vegetales, son felices una vez cadáveres refulgentes para nuestro deleite. El audio de la película, lanza la versión cosmética y superhéroe de aquellos ángeles modestos. Yo, desayuno unas memorias de Delibes, su "vida al aire libre", y que magnífico sería el mundo si todos gastasen vida como Miguel. Un hombre fascinante por haber alcanzado la gloria literaria, la fama nacional, la celebridad histórica, y llevarlo como un campesino que por las mañanas es ministro de agricultura. Natural, incorrupto, equilibrado e inteligente. No he traccionado en sus novelas, pero estas memorias me lo han encariñado, pues Delibes es un manantial de respeto. Honesto y puro, sin nada de contagio de las veleidades literarias, estandarte transnacional que se queda toda la vida en su pueblo, en las provincias, y no necesita dichoso de la resonancia de un planeta abriéndose.

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