viernes, 10 de enero de 2014

La gran página ausente de mis abuelos


Los epitafios de mis abuelos no alcanzan a 1977, sólo llegué a convivir con mi abuela paterna. Las biografías serias empiezan glosando las vidas de los abuelos. Hoy en día el 90 % de los occidentales desdeña ese dato para analizar la propia vida. La emigración del campo a la ciudad parece un tiempo prehistórico que no nos pertenece, como si la vida empezara una vez que nuestros antepasados llegaron a la ciudad. Los tres abuelos que no conocí ni traté son tres grandes desconocidos, como tres momias escondidas en sarcófagos del olvido que me explicarían. No haré tal expedición si no la he hecho ya, más de cuarenta años después de su muerte. Me han llegado inyectados y diluidos en mis padres, revueltos, en una especie de existencia borrosa y fantasma, sin tener la nitidez de sus rostros y presencias. Los antepasados son influencias fantasmales en sus descendientes, a base de improntas, y ecuaciones de carácter. Sería todo más sencillo para entendernos, si pudiéramos consultar los videos y escritos de ellos, sabernos sus errores, manías y fracasos, porque resultaríamos mucho menos excepcionales y singulares en nuestra singladura por el mundo. Cuando una pareja desertaba un pueblo en el siglo XX, nunca se llevaba toda la memoria oral de sus callejas a la ciudad, no caían en que aquella sabiduría familiar se perdería, que al trasplantarse las siguientes generaciones renegarían de los orígenes. En la oralidad del pueblo sostenida entre todos, estaban los árboles genealógicos memorizados, los motes identificativos heredados, las manías, los antepasados ejemplares y los polémicos, la caracteriología de las familias traspasada de generación en generación. Aquello residía en el aire, era vida, y nadie lo apuntaba en un libro que después los emigrantes se podían llevar a la ciudad. Los hijos de éstos, crecidos ya al hormigón, acudían los veranos al pueblo y aún les calaba un poco de orígenes entre verbenas. Pero los nietos capitalinos ya vivían seccionados del pueblo, colonos de la ciudad como si ésta se hubiese configurado hace quinientos años, sumidos en aquel hervidero donde nadie era de allí, y enfocados al futuro sin las claves de su pasado. Sólo les faltaba toda una vida para encontrarse.

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