viernes, 24 de enero de 2014

Porto III


Sale un día primaveral de enero en mi Porto. En esta tercera venida, me dedico a ver la cara B de la ciudad. Empiezo por un parque, bañado de esa luz atlántica y meiga, y al pasar entre 2 árboles me convenzo de pasar a otra dimensión de las cosas.

Un parque ya otro con una laguna verde, y de fondo el repicar de unas campanas encantadas, como el clavicémbalo de un niño gigante que suena desde la Iglesia de los Clerigos. El parquecito da a una plaza donde hay mercado. Unos tenderetes de tela que venden todo tipo y color de pájaros: canarios, agapornis, loritos y cotorras, junto a alguna que otra mascota.

Me dejo caer por las calles menos concurridas y voy a parar al Miradouro da Vitoria. Un mirador desvencijado, entre ruinas, pero donde atrapas a Porto en una emboscada escénica. Es el mirador en medio del meollo, el que domina todas las vistas, por la retaguarda, como un mirador nuca. Lo más parecido a un ala delta estática y pictórica. Luego, al fijarme en los mejores grabados de la ciudad, confirmaré que aquí es donde moran las paletas de los que se hacen llamar pintores.

Oporto nunca me defrauda, ni en una paseata a la deriva por su cara B. Paro en la Taberna de San Antonio a repostar. Salgo con un bacalhau a cuestas, por esta urbanidad tan poco horizontal y terrestre, la montaña rusa peatonal del norte de Portugal. Me adentro en algunas iglesias unos segundos por visita, tan sólo mirarlas. Sus caras barrocas repletas de detalles en un oro oscuro. ¿Todo eso sale de dentro de los portugueses? ¿Semejante intestino artístico está allí metido? 
Llego hasta el Pabellón del Agua, testimonio trasplantado de la Expo de Lisboa que ahora hace de polideportivo y recinto ferial. Este mes es sede de la feria de libro viejo, allí husmeo alguna de las tres obras de Umbral traducidas al portugués - Mortal e rosa, Memorias de um jovem fascista, E como eram as ligas de Madame Bovary? - sin éxito. Se pone a llover, lo hace por vicio, con desgana, chirimiris despistados de quien se dedica a llover profesionalmente. Sin querer me meto en un parque que acaba maravillándome. Un parque abusón, enmusgado, de aguas negras y muretes de piedra, un parque romántico con toda la languidez vegetal del Atlántico, pesebre enorme y natural, acantilado junto al río y con el puente coloso en el horizonte. Es curiosa la interpretación que se hace de lo romántico en la naturaleza. Los parques versallescos no son románticos, y los parques enmusgados con fuentes y poca luz lo son. Lo frío y analítico de un parque afrancesado se delata como oficial, institucional y burocrático. La sencillez pesebresca, tupida y recoleta de un parque atlántico o montañés, se identifica como romántica. En contraste, lo romántico fuera de la naturaleza sí mantiene lo recoleto pero insufla artificialidad estética versallesca a cholón. Ay, si sólo nos quedásemos con la naturaleza, y dejáramos el amor palaciego y versallesco en la basura de la entrada junto a lo pomposo y pavorrealesco.

Tras el parque y esta excursión filosófica, llego a una Tierra nueva, la parte contemporánea de la ciudad. Insulsa, igual y sin historia. Otra más, con letras en portugués en los bajos. Apartamentarse aquí, es desterrarse a un ático de las alturas. Es otra galaxia adosada, otra historia, una ciudad Typpex de la anterior.

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