martes, 11 de febrero de 2014

Mi bibliografía


Camino de Sevilla, por la estratosfera encima del mar de nubes. Ocupo el trayecto leyendo a Jabois, su Irse a Madrid (y otros artículos), y pasa bien, no hace bola. De Sevilla pasaremos a Córdoba, un par de días, a atiborrarse de salmorejo nada más, que es a lo que se viene. La lectura, sobre la tardía adolescencia del columnista gallego, desliza en mi cabeza una planificación de mis "tomos" de memorias literarias. 

El primero el de la infancia, esas memorias de un niño convencional, con las cuales me estoy demorando en su escritura. Momento biográfico de los impactos, época de fantasía extinta donde se nos programó en parte o en mucho. El segundo, la adolescencia meteórica, cuando tras la pubertad se nos eleva a los cielos vagos y eróticos, tiempo donde todo es propulsión, cénit y gilipollez cándida. Pero ya se empieza a obrar una épica, la parte cruda de la vida asoma, sin paños calientes, tras el gran parque infantil de la niñez, y comienza la construcción de uno y el vuelo sin motor, o sin crédito. Viene el tercer libro, el barranco adolescente, la sombra, de aquella plenitud. Se acaba la gratuidad del vivir, y se empieza a poner un precio mental, psíquico, de sufrimiento, como ritos iniciáticos dispersos en una tribu anónima y masificada de capital. La autónoma y concienzuda decisión ya tomada de qué ser en la vida, y colocarte en una fila concreta de las cien posibles vidas de uno. El tíovivo de las parejas veinteañeras y su mayor o menor tino, con un referente paterno de amor calloso, rudo y perpetuo. El encaje entre nuestra estructura mental forjada, llave que yerra o deja fuera a la intemperie en ese mundo frenético, senil y feroz de los veinte. Mundo real, adulto, último y cruel.

Empezamos la trilogía de los naufragios, donde ya no importa tanto triunfar, sino llegar a la otra orilla, en este caso la estepa de los treinta. La forma de cruzar los oceánicos veinte da un poco igual, yo viajé los altos veinte de parranda, con los amigotes, argonautas cercanos del alcohol, la chanza y la desmesura. Fueron noches de brega ebria, rebotares adolescentes, leones jóvenes desterrados de la manada que desorganizadamente cruzan un rubicón y otro desayunando a las seis. También los primeros noviazgos blandos, subcampeones y subalternos. Aquello que empezó como una cosa de máximos, pues cualquier niño es un sentimiento de máximos, la épica del adolescente, del minihombre pleno y rey, lo intenta prolongar buscando esa vida de triunfos y máximos. Al final de los veinte capitulamos, para entrar en la difusa planicie poblada de los treinta, estepa o sabana según las temperaturas. Época ya mesetaria, sin voluntad de cumbres y montañas rusas. Era de hacer nido, sobrevivir sin jugarse la vida apurando las existencias. Y en esas estamos, camino a Sevilla, de finde matrimonial en invierno.

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