miércoles, 26 de marzo de 2014

Los Frankenstein metropolitanos


Hoy visito otra república metropolitana, Hospitalet. Esa pedanía encajonada a Barcelona, que algún plan intentará rescatar del aprisionamiento urbano, si no la acaba incluyendo en la capital, ya que es más bien un barrio camuflado. Su forma para el foráneo es oblonga, pues empieza en un paso de peatón, la surca sin continuidad un tren, una autopista, a veces es polígono industrial y entre medio moteadas las barriadas, iglesias, bibliotecas, ikeas y kioscos. 

En coche la recorres en cinco minutos, y te aparecen casas en mitad de avenidas, en un urbanismo no resuelto ni priorizado del extrarradio; recorres scalextrics olvidados de los setenta, te saludan fábricas abuelas que se quedaron a la fiesta de la postmodernidad, es la puerta de atrás de la guapa Barcelona, en este frankenstein urbano.
Vino la industralización y había que ocupar suelo urgente y barato, y se ocupó. En el extrarradio. Pues hay un radio privilegiado trazado al centro que da para lo que da, y fuera de él hay otras reglas estéticas si alcanza a haberlas, y esta es la lucha de clases topográfica, mal que nos pese, y unos votan a derecha y otros a izquierda, y llegan nuevos immigrantes del extranjero, entrando en la rueda o el tíovivo capitalino que sea esto. Al final la política atañe al urbanismo más de lo que nos pensamos, y los alcaldes acaban siendo los rectores de nuestra felicidad-infelicidad encubiertos.

Paso por un instituto y sale un rebaño de adolescentes. Son menos standard, con más cuota de heavies, barbas, y chicas con flequillos violeta. Con look igual de proletario, pero su estética ya lleva dentro decisiones, posicionamientos, repliegues. Sus iguales de morro más fino de otras zonas son más continuistas, pues la clase media también tiene un fondo conservador que llamamos clásico como a una mascota. 
Unos ven cada día su barrio ajado y  demoradamente fabril, y se van escorando al extremo, a la revolución, de indumentaria, que en un adolescente lo es todo. Esas mechas violetas son un inconsciente colectivo que a los 16 años está a punto de salir a la corteza de lo adulto, ya sin necesidad de ser caricatura, más bien cierta militancia de valores.
No son chonis, para nada, la choni y el cani son casos perdidos, obreros currelas que votarán al pp, en una existencia invertida y errónea, gente humilde pasada por el rodillo del consumismo y la capital, pervertidos de desarrollismo, víctimas humanas del progreso. Son como los barrios dejados del extrarradio, y no sus semillas rebeldes adolescentes. Son rebotes metropolitanos mezclados con prisa y mal gusto, tribus modernas que se quedan con los materiales de peor calidad que escupe la ciudad, como chatarreros humanos de este siglo XXI.

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