viernes, 14 de marzo de 2014

Stand-by


Cojo mi intercomunicador. Esto, sobre lo que tecleo, un smartphone. Necesito extravertirme, son las ocho y media de la mañana, llevo dos horas en pie, en casa, de mis padres, ellos a los 72 años duermen, hasta las diez si cabe, soy yo el que lleva el huso horario de los progenitores y los oficinistas. Pero no lo soy, ni he procreado ni piso oficina. Estoy configurado sí, mi vida está montada, aunque sea un período de sismos, en que mi ciudad de cartón-piedra amenace con tener que ser desmontada a solar, y aquí lo de cartón-piedra es un cacofonismo de hogar. Transito la cuerda que me puede hacer perder un hogar. Perder, a quién le gusta perder un hogar? Esa palabra que suena a nido y a inteligencia incubada, mullida, la única estancia en definitiva, donde se ha demostrado que es viable una vida humana. 
París no se acaba nunca. Los litigios conyugales no se acaban nunca. Más allá de las frases, de la literatura, mientras te sientas implicado en esta tropa de dos frente a la vida cíclope de los años y las edades, sigues pedaleando, cayéndote, rasguñándote, y luchando, por esta alianza.

[...]

Vuelven a ser las ocho y media de la mañana. El hombre es un insecto de costumbres. Hay que ir a mover el coche de mi padre a las nueve, que ha dormido en zona azul. Y no sé qué hay que hacer para volver a enhebrar la relación, porque sigue sin pasar por un ojal. Somos dos personas ciegas pendientes de un ojal, más estrecho o más ancho, un istmo que nos peninsulice.
Estos sufrires no se ponen en facebook-carabonita, la gran lavadora de nuestra escoria. Pero sí caben en un diario franco, porque hasta inundarían mis paseatas con Kobe y mi crónica climática. Ese velatorio de lírica, ahora cuando lo baje por el encofrado de asfalto, no se da. Aquí la magia de la naturaleza está encofrada hace tiempo. Pero sigo discutido, en pleitos, con Kobe a mi vera en espera urbana, y es un stand-by que no sé a dónde va a llevar.

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