jueves, 1 de mayo de 2014

La educación rascacielos


Lo sobrenatural iba poblando nuestras vidas como una infancia de espíritus, que se sustentaban en los iconos de cera de vírgenes y santos, los tótems dramáticos de nuestra tribu. Nuestra devoción paralela, también hacía uso de la imaginación y la fantasía, y los superhéroes y duendes de dibujos animados pobablan nuestras vidas, apoyadas en sus figuras de goma nada dramáticas y sonrientes. Eran los dos reinos de la fantasía, uno instrumentalizado, hebreo y regulativo; otro excitante, americano, desbordante y comercial.

Las generaciones de los ochenta y precedentes recibimos una educación espoleados. Existía una sobrenaturalidad, un vector del absoluto, que tiraba de fondo en nuestra escolarización. No se iba instruyendo en una naturalidad pareja al crecimiento, campechana de las edades, sino que se daban pretensiones totalitarias en el desarrollo de nuestra conducta. Era una educación en tensión, axial y verticalísima, con prescripciones y prohibiciones bien marcadas. Fuimos niños espoleados por el absoluto, y de mayores se nos quedaron las marcas, en forma de idealismo, inconformismo, rebelión o sometimiento, según nuestro desenlace en esa escalada vertical y menorera, por los desmontes de Dios.

No vivimos el relajo de una educación horizontal, relativista, nihilista de absolutos, sin más pretensiones que lo que tocaba para cada edad, desde las tabas hasta la física cuántica. Y de mayores se nos mantienen los dejes en la psique, y el absolutismo aparece, tensionado, y empezamos a operar en vertical, algo abismados, y demasiado polares.

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