miércoles, 14 de mayo de 2014

Los pis de los perros


Los pis de los perros, su única tarjeta de presentación. Su colonia, su esencia, depositada egoicamente por el mundo. El pequeño yo del perro, propagándose, haciendo marketing, muchas veces más allá del cupo de la necesidad, casi colgando carteles electorales en las farolas y los árboles. Y cómo leen esos pises, cómo la calle es una biblioteca de orín, y como los examinan con sus anteojos olfativos, discriminando notas y estirando matices. Son unos archiveros, sólo contrasta concienzudamente el que contiene un almacén de experiencia, sólo busca con ansia el que tiene una colección. Repasan bosques enteros, escanean la ciudad, detectan aquel husmeo de caldo seis calles más allá, su router es el viento. Nuestras computadoras no entienden de olfato, la informática es apenas sensorial, una historia cognitiva y visual, nada lírica. El perro nos chotea a bytes olfativos. Al final en sus libros, buscan historias de los suyos, competencia de su raza, pibones caninos, aperitivos, aventuras de caza, únicamente leen novela del mundo animal. El humano, que perfuma la rasmia, camufla su bestialidad, y elimina su olor a animal, es ignorado como las notas del metal. Sólo se filtra el olor antropoide de su familia, de su manada humana. Luego sueñan escaramuzas con dogos atlantes, romances con caniches modelo, y su vaporoso mundo es una caldera de perfumes y olores, tanto que se derriten las imágenes y se vuelven intermitentes, tal como su vida visual parpadea y se disipa siempre en espera del próximo movimiento de hocico.

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