jueves, 19 de junio de 2014

El Dakar siciliano


Acumulo cálculos de esta singladura siciliana en la vesícula escritora. Ahora, última noche, estoy cenando en el palermo habanero, más cubano y decadente que nunca en pleno verano. Pero hasta llegar aquí han pasado 72 horas con 900 kilómetros en coche dando la vuelta a la isla, en un dakar siciliano sin pausa esquivando coches y más coches, mientras el mío trepaba por las alturas hasta los pueblos colgados de las colinas, estremecidos como un gato para siempre allá arriba, bufando al gran volcán aniquilador. 

Conocí la Sicilia occidental un año ha, y me fascinó su desfase temporal en plena Europa, su condición salvaje entre el gitanismo y la autenticidad. Pero me faltaban los grandes nombres: Ragusa, Siracusa, Taormina... todos en el Este. Así que catorce meses más tarde he vuelto, dispuesto a conquistarla de pleno. Pero es la mitad de la isla condicionada por el volcán de cabo a rabo, algo tan asumido que quizás no sale en las guías. Y ha sido el viaje tal vez con más disonancia con lo que mentaban las guías, y uno con decepción respecto a las expectativas y esos grandes nombres que recordaba de los libros de texto de Historia.

El viaje comenzó en Girona, donde el señor O'Leary tiene una lanzadera de sus vuelos. Me dormí tras el 1-5 de Salvador de Bahía, ciclado o al precipicio de un ciclo. Antes por la tarde paseamos por la ciudad y visitamos la heladería del señor Roca, no el de las tazas de porcelana, sino la de los barrocos de la comida. Mis mujeres se quedaron en tierra, y yo como los ladrones y los donantes en la madrugada, me fui volando a Trapani.

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