jueves, 19 de junio de 2014

Habana, capital: Palermo


Palermo, envilecida y apocalíptica, sede de la decadencia. Una capital perroflauta dejada, con la anécdota de centenares de monumentos arquitectónicos impávidos. Donde
los pescados tienen luces de estrellas de hollywood, y apestan a mar, deliciosos. Palermo, caótica, estúpida, y sucia, pero a lo grande.

El verano ya ondea por toda la ciudad. Me asolan los dejà vues - en este caso, dejà sensues - como pocas veces viajando me ha sucedido. Y es que Palermo y la Habana tienen con esta temperatura, una puerta del espaciotiempo bien comunicada. Lo sensorial experimentado en Centro Habana y la Habana Vieja se solapa con lo que vivo ahora en Palermo. Calor, humedad, dejadez, urbe, olor agrio, suciedad, mar, pasado glorioso hundiéndose en la cochambre. Cada cual tiene su Prado, su malecón, el mulatismo aquel, sus palacios abatidos.

Cuando Cuba sea libre, se puede dar una emigración masiva de habaneros a Palermo, y sentirse como en casa. Hay una aritmética caprichosa de las sociedades que hace que al sumar una habana comunista antillana y un palermo socialdemócrata europeo den lo mismo. Que dos focos casi antípodas e inversos, desemboquen en tanta estampa hermana e igual. "Los estímulos de ano urbano que evocan a la Habana", leo como primera nota apuntada en mi móvil. 

Y es que estas ciudades parecen asoladas por una guerra, por un algo, una termita social que las va descomponiendo. La literatura de mi admirado Umbral sucede la mayor parte en una España también asolada por una guerra o por ese otro algo posterior. Se da en un ecosistema de pobreza y precariedad. Lo literario mana más en estos escenarios volcánicos prolongados. Entonces y en estos ahoras sumamente decadentes de Palermo o Habana, todavía no se ha dado el paso aséptico y para siempre de nuestro fin de siglo, cuando todo parece cosido y terminado. En cambio el mundo aún está destruido, se ha de construir, la gente se levanta cada mañana y en el cogote tiene la vana ilusión de que algún día ese mundo caído se regenerará. Aquí la vida vale menos, rotundamente sí, o tal vez nosotros especulemos con el valor de la nuestra, y no la derrochemos, metida en un frasco, hacia una vejez triste y vulgar. En estas latitudes se da una vida con la trepidancia del desorden y el caos, con la improvisación y lo informal como bandera. Cualquier tarde puede pasar de todo, el destino va a bandazos. Los buenos aventureros triunfan y disfrutan como enanos aquí, y hasta alguno se atreve a concluir en un muro: <<Quiero vivir en una ciudad donde mis hijos todavía puedan ser atropellados por un tranvía anarquista>>

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