jueves, 19 de junio de 2014

La Sicilia africana


Como quería visitar la Sicilia oriental tenía que cruzar la isla desde Trapani. Sorprende comprobar que existe una "Sicilia africana" en las guías. Y es que atravesando Marsala hacia Mazzara del Vallo vas entrando como en unos asentamientos, con caserones de hormigón apilotonados, algunos de ladrillo eterno, sin pintar ni rebozar para siempre. Aglomeraciones tribales del sur de Europa. Como mediterráneo común empiezo a ofenderme por la falta de pinos, si Serrat viera esto. Es una Sicilia secarral y calva, con transplantes vegetales que lo disimulan. Al lado está Selinunte con sus templos, cuando esta región tenía su plenitud antes de Cristo. Después vino el periplo histórico en que los latinos y helenos se vieron superados por el Norte para siempre. 

Tras un percance al tener que duplicar mi seguro del coche por incompetencias de webs y rentacares, la inspiración no me carbura hasta media mañana pasado el enojo. Me dirijo a Agrigento por una carretera de asfalto blanquecino, a la sombra de los eucaliptus y flanqueada por las espigas ya albinas de junio. Voy con las dos ventanas abiertas sacando el calor, y paro en la playa de Eraclea Minoa a ponerme en remojo. La siguiente parada es otra playa, la Scala dei Turchi, una formación rocosa que es una rampa enorme blanco nuclear junto al mar. El camino hacia ella por la playa no tiene desperdicio. Piscinas naturales de escasa profundidad, hileras de roca  en batería para caminar sobre las aguas, lodo para aplicarse por el cuerpo, peces bólido surcando el mar, y al final la impresionante plataforma de un blanco coralino, moteada por las miniaturas de gente que suben su rampa en diagonal y se hacen fotos en ella.

Me detengo en una tavola calda de la carretera y muevo el bigote. Me quedan unos 170 kilómetros hasta Ragusa Ibl. He dormido tres horas, decido hacer carretera y manta seguida para llegar al nido.
Los olivos encanecen los montes, con la plata cana del reverso de sus hojas movido por el viento. Sicilia se va volviendo más inerte, más marmórea, en las nuevas colinas que aparecen en la carretera. Yo hoy estoy más siciliano que nunca, rebotado, sin haber dormido apenas. En las ciudades se conduce sin ley, y en las carreteras es una constante la de los coches escoltando el rebufo. Se pegan al vehículo de delante y demarran el adelantamiento, es la forma de transitar aquí, no hay otra. Las incorporaciones son sin frenar, así que los morros de los vehículos se entienden en cuestión de centésimas. Yo no estoy para impertinencias, y me hago siciliano inmediatamente. Dos seguros de coche me avalan.

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