domingo, 10 de agosto de 2014

Análisis psicológico del chonismo


Ser quillo, choni o cani, no depende de la educación. Incluso si una institución se propusiese diseñar e implementar un plan para disminuir chonismo y quillerío, dudo que lo consiguiera. Son contadas las alusiones y críticas que aparecen en medios y/o libros a un tema, que en décadas pasadas se denominaba quillos, y desde hace unos años se acuñaron nuevas palabras como choni y cani. Digo yo que es un fenómeno de raíces demasiado profundas para cambiarlo con campañas así como así. El quillerío es un mal en el mundo, uno de ellos, es estructural.

El quillo nace, crece y se reproduce. Pero para serlo se ha de tener conciencia cero de ser quillo. Son como negros escandinavos muy seguros de ser japoneses. Osease, intentando hacer un estudio sociológico del chonismo, primero ha de existir una capa seria de orgullo que permita la ceguera de lo que se es. Una creencia última en que all the world debería ser como uno/a es, un quillaco soez del copón, y que the world is wrong. La incultura es otra condición sinequanon para aislarse como cani o choni. Una voluntad decidida de no mezclarse, no apender, tener temor a la mente abierta, renegar de los estudios, reivindicar lo suyo, la polla, el barrio (marginal), el padre mongolo. Cierta creencia que aprender es malo, es embrollado, no se necesita. Dicha megavirtud se hereda, los padres inculcan poco a poco este rechazo al saber y sólo les queda el valerse por sí mismos, por los huevos. El orgullo inconsciente del quillo, muy grande, es que prescinde de lo más elaborado, décadas de evolución, y sale adelante con la grandeza de su chocho y de sus huevos. Su inconsciente tarde a tarde ve como prescinde de lo sofisticado y cultural, y eso le pone, como el borracho que coge el coche por la noche, incrementa la dificultad, hace pesas en la vida, se la complica, y eso le pone, porque en todo situación límite o sacas orgullo o te despeñas. Les ha tocado el papel residual de guerreros en una tribu tecnócrata. Y si tocase alistarse, sabemos quienes serían los primeros en hacer cola, pues tienen un sentido paisista y abanderado muy fino, digámoslo asín.
El quillo cree que es la mejor persona que pisa el planeta Tierra. Y sólo ese mecanismo instaurado le permite ver otro planeta diferente al que habitamos el resto, esto es, procesar las imágenes y sonidos sin llegar a caer en el Mal Gusto. Los pendientacos de aro, las blusas fosforescentes con encaje, el castellano gangoso y amoral, los tatuajes de paquete de galletas, los tintes dudosos e irreversibles, los cortes de pelo apocalípticos. Tanto que podrían trabajar de estatua en un antimuseo, un museo del mal gusto, que tarde o temprano lo habrá. O tal vez es que los antimuseos ya existen, y fuera de recinto, y los que pagan no son los transeúntes, sino los expositores, con una vida presa, ciega y soez. 
¿Qué tiene que ver la pobreza con el mal gusto? Si vienen de árboles distintos. Si un pijoaparte con el cerebro fundido es intercambiable con la jennifer y el kevin de turno. Existen sagas, troncos familiares, que llevan lo soez instalado, una vulgaridad demasiado honda que se sigue transmitiendo de padres a hijos, y ningún programa o campaña podría borrar. Es como la droga zombie, sólo un terremoto biográfico o un rayo cabalgando en el desierto puede oh palabra, desquillizar, al cani o la choni que se tercie.

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