jueves, 7 de agosto de 2014

La mística de los caballitos


Los caballitos eran la gloria. No sé quién fue el primer constructor de atracciones para niños, no sé si ser juguetero requiere ser antes un padre excepcionalmente vocacional. Tenemos dos chips en la vida, el de antes y después de la pubertad, dos configuraciones neuroquímicas que dan dos tipos de personalidad. Existen dos seres en nosotros, uno ya apagado y extinguido, el otro funcionando.
En los parques de atracciones esos yoes se dilatan y confunden. A la fantasía visual de los bajitos se le acaba imponiendo el movimiento, ya agresivo, de lo vertiginoso. Como si los niños fuesen futuros amigos del puenting. Nos encandilaban los caballitos por simple cuquería. Paladeábamos todo ese escenario fantasioso, reluciente y mágico, que apenas se movía, más bien se suspendía por un cielo, en medio de un descampado de las afueras. Esperábamos la visita mensual a la feria como una eucaristía a la tierra prometida. Nos vestíamos y peinábamos para la ocasión, suplicábamos luego por una manzana de caramelo, por un algodón de azúcar.
A un niño le basta esa escenografía para creer en la magia, subirse en los juguetes que cobran vida, saturado de música luz y color. Un niño grande necesita saturarse de vértigo y aceleración para llegar a la frontera. Dopamos a los niños de fantasía, y tal vez así de mayores no se dedican tanto a la guerra. La civilización consiste en incrementar el cemento en la tierra y en el pecho. Tratar a los niños como emperadores de siglos atrás, y ebrios de privilegios, repartan esa suerte de forma generosa y constructiva. Con el peligro de que no salgan del culto al yo, que se confunda amor con necesidad, quererse con desesperarse. La infancia es un inocente parque de atracciones con música a todo trapo, donde se posan todas las enfermedades mentales como grises polillas en su puesta de huevos.
El alma de un niño como ese hilo de música que sale del saxofón, vital y delicado, custodiado mientras suena y se extingue por unos padres que dopan la fantasía y extirpan ego hipertrófico a la vez, en una cirugía de la personalidad a pecho abierto con lo más amado, dudando si esa música es alarma de quirófano o notas de un canto celestial.

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