miércoles, 24 de septiembre de 2014

El rapto matrimonial kirguizo



El artículo sobre los raptos matrimoniales en Kirguizistán me convulsiona cognitivamente como pocas cosas habían hecho en mucho tiempo. Ok, mi tesis es que es un juego de las siete diferencias invertido. 

Al compararse con lo nuestro, muchos abominarán y sentenciarán automáticamente que son unos bárbaros a años luz de nuestra realidad evolucionada y cívica. Las feministas satanizarán de forma vitalicia cualquier aspecto de la cultura kirguiza desde su aristocrática atalaya occidental. Pero lo que sucede en la sociedad kirguiza es tan estrambóticamente chocante que todos estos análisis me parecen únicamente sensacionalismo. Epidermis, primera reacción, visceralidad trajeada de principios.

Yo, que soy más listo, abogo más por templarlo a un juego de las siete similitudes, entre dos panoramas culturales que se parecen en principio como un huevo a una castaña. Uno, condenable y cruel, otro, evolucionado y no tan flagrantemente misógino.
Ellos, la sociedad kirguiza, no son aliens, ni una tribu en el escondite milenario del Amazonas. No son otra especie, ni son tan radicalmente diferentes a nosotros. Un martes, una joven coge el bus a las ocho y media de la mañana para ir a la universidad, desayuna un café de camino, busca el pase rojo a rayas blancas en su bolso de piel, y se le acerca un chico que la sube al coche y la rapta de por vida con la connivencia de su familia, y la aceptación negociada de la familia de ella. Un matrimonio detonado y unilateral. Una de las cosas más bestialmente radicales que he oído en la vida. Te rapté porque eras mía, y tú no tenías ni idea. Pero no rascar todo lo que hay detrás de esa sociedad que consiente el robo de familias, creer que es una cultura enferma y merece nuestro correccional, me parece una cosa de imbéciles neomoralistas.
La neomoral de hoy en día reside en el amor. El romanticismo en tiempos consumistas es el opio del pueblo. Que a las kirguizas se les extirpe la posibilidad del amor romántico es como sentir que les retiran la bombona de oxígeno para algunas.
Cuando el axioma del amor, uno de los bienes de este mundo, olvida que es una realidad completamente lotera basada en la afinidad. Una consecuencia más del cálculo, fortuita, que poco tiene que ver con el esfuerzo y la nobleza. Amamos porque nos sentimos enchufados y adictos a una persona que nos maravilla, que apareció una tarde como el premio de la tapa de un yogur entre todas las anodinas tardes. Amamos porque estar con ella es como un combustible de plasma para nuestra nave que antes no levitaba. Amamos, joder, por interés. Es algo totalmente voluntario, apetitivo, aparte de fortuito. Después al cabo de dos años, tras el chute y los yonkies, no somos tan diferentes como los kirguizos no me jodas. Los kirguizos están juntos toda la vida. Muchos matrimonios de la generación de nuestros padres se han puteado mil día tras día durante cincuenta años. Los kirguizos -varones y su familia detrás-, fusilan el romanticismo a primeras, lo aniquilan, y después siguen viviendo sesenta años. Aquí los nacidos en los ochenta y los noventa se drogan cada semana hasta las cejas de alcohol para desinhibirse y poder entablar una aventura erótica con el otro sexo igual e inmobiliario. Se da este gran paripé o teatro de la discoteca oscura, ebria y comedera, para follarse los unos a los otros, como en su día bailábamos con pelucas afrancesadas los minués y se follaba entonces poco y mal. En el Kirguizistán islámico, los mulás condenan la apropiación de mujeres y las juezas no tanto, mientras que en nuestra civilización la iglesia vía casta política va a dictar sobre el derecho a la vida de todos, incluso de los que no sean del betis.
No soy abogado del diablo kirguizo que caza mujeres, sólo modero la escandalización que no ve la viga en el propio ojo, y renuncia a cualquier análisis étnico o antropológico de la sociedad kirguiza, como si fueran franceses de la Camarga de aquí al lado. El rapto kirguizo nos guste o no es un elemento funcional de la cultura kirguiza. Tiene el apoyo y la preparación de la familia del raptor, está insertado en una cultura que tiene sus mecanismos y equilibrios para aguantarlo, de forma que a veces es "hereditario", y obtiene unidades familiares duraderas con resultado equivalente en otras culturas.
Es una puta mierda ok, lo realizan sólo aquellos hombres cuya capacidad de seducción es nula, y su mediocridad apesta por los cuatro costados. En la captación, pueden haber detrás razones románticas, y también otras basadas en un mero coleccionismo de caprichos. Es tal vez la manifestación más machista que puede existir sólo superado por el homicidio de la pareja. En la mayoría de países de este mundo sería juzgado y condenado gravemente. Pero hasta ahí, no satanicemos porque somos los primeros en contener conductas satánicas en nuestra sociedad y permitirlas, igual que el pueblo kirguizo jamás permitiría. Ellos no vendrán a denunciarnos ni a llamarnos hijos de puta por permitir tener mendigos y estar obesos, ni por pasar horas al día pendientes y absortos de las tetas asquerosas de la mosquera. Todas esas porteras que consumen droga rosa, en la sociedad kirguiza serían como esa jueza del artículo que no entiende para nada no aceptar ser raptada por un desconocido de por vida. Y el amor y Dios, qué coño, es más de pobres de alma o bolsillo.

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