lunes, 29 de septiembre de 2014

Juicio a tu escuela


Nadie ha llevado a juicio su escuela una vez ha salido de ella, por motivos educacionales. Probablemente nadie lo hará, los adolescentes no están para eso. Los padres y las instituciones de la generación anterior, forman parte del establishment educacional de los colegios del momento. El problema es que un niño es un artefacto propulsado en el tiempo por la vida, entra como un enano al sistema educativo y no sale de allí hasta los veinte, y de mientras el mundo se ha desplazado, ha cambiado, a un niño paradójicamente se le ha de preparar para un mundo desconocido y venidero. Los esquemas, incluso hábitos, de la generación anterior pueden quedarse obsoletos. Y la tendencia más común del ser humano es educar de acuerdo a lo vivido, sin proyectarse en el tiempo o dejar los esquemas abiertos, sino aplicar los patrones del pasado a un mundo que está mutando y ya no será el mismo.

Cuando relato la educación religiosa que recibimos, soy muy crítico y es fácil caer en ello a toro pasado. Los juicios tardíos a la escuela, llegan a partir de los treinta, en que uno sintoniza o rechaza esos órganos trasplantados que en las aulas se produjeron. Hoy testimonialmente sentaré a esa escuela en el banquillo, para intentar subrayar más lo bueno porque lo malo con los años se ha hecho más desvelador y acaba saliendo más que lo primero. En especial el hecho de formarnos en lo sobrenatural, y desde allí toda su ramificación cerebral en lo moral mientras ese cerebro vacío iba siendo inaugurado. El prepararnos para otra vida del más allá recién nacidos a ésta, cuando lo que más necesitábamos era adaptarnos lo mejor posible a la única que existía. Nos daban igual los siglos pasados como horizonte, porque hubiese sido preferible forjarnos en emprenduría, finanzas, educación sexual, humorismo, tecnología, soledad del siglo XXI o compromiso político. Pero adorábamos iconos en madera y no rezábamos ni la ley de Moore ni las bondades del Apple II. Tal vez hubiese sido un gran colegio si le quitamos toda esa parte supersticiosa, estigmatizante e invasiva que era la religión. Que es como decirle a la Historia que hubiese podido prescindir de lo supersticioso mil billones de veces. Pero en los ochenta, la educación todavía permanecía mayoritariamente en manos de la Iglesia, y la Historia es un proceso natural y consumado que tiene sus circunstancias y sus estadios irreversibles.


Sin embargo, sí teníamos ordenadores Apple en plenos ochenta en el colegio. La vanguardia aparecía entre enseñanzas monásticas. Papá colegio nos estigmatizaba con la religión, pero llegaba a casa tarde después de traernos medios punteros para el aprendizaje. De aquel colegio salías bien preparado para comerte la universidad, pasando sus cribas y utilizando todos sus medios e instalaciones. Era un colegio efectivo, donde tampoco faltaban los recursos necesarios para divertirte y no convertir aquello en un encierro. Actividades extraescolares, deporte sobre todo, festivales, torneos, salidas, colonias... Tenías todo lo necesario para ser un hombre de provecho, hacer una buena carrera, acabar copando una clase media-alta... supongo de forma paralela a todos aquellos que iban a salles, jesuitas, escolapios, de la misma ciudad. Lo de la religión iba en la factura, era la muleta que todo el mundo llevaba en la época, y la traspasaban a todo hijo de vecino porque los tiempos no permitían apenas otra solución. Esa cojera de la especie no te la curaban. Tenías que ser tú con el tiempo quien se desvinculase de una mitología hebrea, quien desligase su vida de la superstición y el más allá absolutista, quien se extirpase las balas masoquistas y uniformadoras de la culpa, y quien se pusiese a sorber el mundo y la vida como lo único real, a la vez que se iba extinguiendo.

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