miércoles, 12 de noviembre de 2014

Inicio libro sobre viajes


Corría el año 2001, tenía 24 años. Acababa de terminar mi más prolongada actividad como asalariado hasta entonces, tres meses trabajando los fines de semana en una empresa de seguros. Hasta ese momento no había sido lo que soy, un viajero. Sólo había viajado por cuestiones académicas, y simplemente no me planteaba la cuestión de los viajes. En parte por niño en parte por ausencia de presupuesto, aquellos precios inasumibles de la industria aeronáutica de entonces, todo hizo que ese instinto no hubiera empezado a operar. Así que con los primeros salarios continuados, hacía mi debut en el reino laboral, y empezaba a tener presupuestos. Mi querencia por el reino laboral siempre ha permanecido escasa, como la de los jóvenes, aunque tarde o temprano se entreguen a ese régimen tras años de aclimatamiento y olviden esos años laxos en que coleaba la libertad y un sinfín de futuribles. Nunca he tenido un trabajo. La idea general y común de trabajo consiste en acudir de lunes a viernes a un sitio y realizar unas funciones usualmente durante ocho horas. Yo hice eso dos navidades en El Corte Inglés a los veintipocos. Luego trabajé año y medio los fines de semana, y después he tenido una profesión gruyeresca donde las haya. Yo era estudiante a conciencia, con vocación y ganas de serlo siempre, encadenando carreras, doctorados, y yendo a parar a la docencia universitaria y así casi nunca dejar un aula. Mi élan natural apuntaba esa trayectoria. Todo aquello se truncó y me salí de órbita del academicismo para siempre, en buena parte porque no me gustaba lo que había en esos puestos a ocupar. No acabé ninguna de las tres carreras comenzadas, algunas a un paso de acabar, y terminé tímidamente entrando en el enorme y confuso planeta laboral común.
Ya en él, decía que los primeros sueldos dieron paso a los primeros caprichos. Que si un ordenador autofinanciado, que si un primer viaje pagado de mi bolsillo. Aquel primer viaje a solas por el mero hecho de viajar, debió haber sido a Ginebra. Pero en dos ocasiones lo aplacé pagando una pequeña tasa, y finalmente lo transformé en un viaje a Amsterdam, aprovechando las bondades flexibles de las nuevas aerolíneas. Era final de septiembre de 2001, si no creo recordar mal un viernes, y ponía mis huesos por primera vez en Centraal Station. 

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