lunes, 22 de diciembre de 2014

Imaginación ochenta


Algo que fuimos en los ochenta desapareció para siempre. Me refiero a ciertos contenidos de la imaginación. Cuando eres niño preimaginas muchas realidades, de igual forma que un viajero preimagina el destino antes de partir. Aquel contenido mental donde hervían fantasías poco a poco se fue evaporando a medida que la realidad lo contrastaba.

Recuerdo por ejemplo, el concepto de pantano que se me formó en la imaginación, por influencia tal vez de cómics, dibujos e interpretaciones del momento. Un pantano me lo imaginaba invariablemente como un manglar nórdico, un lugar cenagoso, oscuro y frío, entre árboles y con un agua turbia muy densa. Es decir, un paraje más bien fantástico y excepcional a los pantanos que después he conocido. Curiosamente esta idea es una metáfora de la época, pues los ochenta tenían de ciénaga de la modernidad, de turbulencia, y el futuro deparó más definición, transparencia, y pantanos y ambientes más cristalinos.

Quién no recuerda ese "triste y sola, sola se queda la escuela, triste y llorosa...", que también forma parte de esa imaginería ruda, recia y amarga de aquellos tiempos. Ponérsela a un niño hoy en día parece una acción temeraria. Una canción que encajaba con el frío de una tarde estoica de los ochenta, escuchada por un aprendiz del vivir. Canción lírica, azul y galaica, con tempo de enterramiento, pero tremendamente sincera con su tiempo sin ningún kilo de edulcoramiento, sola con las alas de la verdad. La canción fluía y se nos colaba adentro toda esa agua pesimista, realista y azul, en una tristeza simulada que de alguna manera nos vacunaba.

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